Ha pasado un año desde la última vez que disfruté de tu compañía, y aunque me hubiera gustado darte un último beso de despedida, no pude hacerlo, porque al despertar ya no estabas, me dijeron que te habían llevado para el hospital y que más tarde te traerían a casa.
Me fui a trabajar con la preocupación encima, pero supe disimular como de costumbre, pues total, seguro debe ser una emergencia de rutina; hay que seguir adelante, no hay de que preocuparse.
En la oficina el día laboral estuvo agitado, no tuve tiempo para nada, apenas hice una llamada para saber algo, pero nunca contestaron, y no me quedo más remedio que continuar con el trabajo.
Así pasaron las horas, hasta que terminó aquel viernes, me alisté sin demora, arreglé mis cosas, apagué mi computadora, cogí mi teléfono móvil y salí muy de prisa, llamando nuevamente para tener alguna noticia.
Al fin obtuve respuesta, me dijeron que me quedara tranquilo, que regrese con calma, sin apuro, que todo estaba bien, que no ha pasado nada; pero mejor lo veo yo mismo, así estoy más seguro.
Cuando llegué a casa, pude sentir una sensación de vacío, todos me esperaban, y aunque nadie me dijo nada, se dio por sobreentendido; me dejaste muy triste, me dejaste dolido, aquel día viernes ya habías partido.
Y aunque sé que me quedo con los recuerdos, imborrables en mi memoria, me queda la grande pena que en tu partida, querida abuela, no pude abrazarte, ni darte un último beso de despedida. Lo siento mucho, abuelita.
Adjunto el video de la canción final de un dibujo que te gustaba ver junto a mi hermanita. Ahora las dos están en cielo y las extraño mucho.